Neomexicanismo: la irreverencia en tiempos de souvenirs
Neomexicanismo: la irreverencia en tiempos de souvenirs
Por *Ofelia Muñoz Catalán
El Neomexicanismo surgió a inicios de los años ochenta, en un contexto de búsqueda de nuevas formas de identidad nacional ante el desgaste de las grandes narrativas pictóricas.
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El movimiento tomó fuerza tras el terremoto de 1985, cuando el arte mexicano incorporó influencias internacionales y empezó a cuestionar los símbolos patrios con irreverencia.
En medio de crisis económica y desencanto social, artistas como Nahum B. Zenil, Julio Galán y Rocío Maldonado desafiaron el canon oficial, mezclando lo popular con lo académico y empleando el humor y la crítica como herramientas de expresión.
Así, la Virgen de Guadalupe convivió con la estética popular de la lucha libre, ya versa la canción: “El Santo, El Cavernario, Blue Demon y el Bull Dog”, las calaveras festivas y los íconos del folclor reinterpretados en clave posmoderna. El resultado no era un rechazo a lo mexicano, sino su reinvención mediante la parodia.
El Neomexicanismo mostró que la identidad nacional podía ser contradictoria, híbrida y teatral… igualita a la sociedad misma que presume ser “muy seria” mientras baila al son de un corrido tumbado.
Estrategias visuales: exceso, kitsch e ironía
El Neomexicanismo rompió con la seriedad académica usando tres estandartes:
1. El exceso: colores estridentes, composiciones saturadas y un deliberado desprecio por la sobriedad (esa prima aburrida que nunca se suelta el pelo).
2. El kitsch: sí la estética del mal gusto que, en lugar de repudiarse, se abrazaba con fuerza, como quien rescata un suéter navideño horrendo y lo convierte en moda.
3. La ironía: la más peligrosa de todas. La Virgen, Frida Kahlo, los héroes nacionales o las calaveras de papel picado dejaban de ser intocables para volverse cómplices del humor, la crítica y la desmitificación.
En suma, el Neomexicanismo no pedía venerar a la nación, sino aprender a mirarla con sarcasmo. Porque, seamos sinceros, ¿quién puede sobrevivir a México sin un poco de ironía?
Hoy México oscila entre la globalización cultural, que homogeniza gustos y referentes por lo que la reivindicación de raíces locales insiste en diferenciarse.
Neomexicanismo: la irreverencia en tiempos de souvenirs
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En ese cruce, el Neomexicanismo resulta sorprendentemente actual: un país que consume K-pop y corridos tumbados (ya casi no porque los están prohibiendo) al mismo tiempo vive en la hibridez posmoderna sin pedir permiso inclusive se atreve a importar artesanía Made in China mientras absorbe el lenguaje digital global.
No es casual que artistas jóvenes recurran otra vez al exceso, al kitsch y a la ironía para hablar de género, sexualidad y nación. Como si dijeran: “Sí, la modernidad está padre, pero ¿ya viste cómo me queda este penacho con glitter?”.
Entre la vitalidad y el riesgo de repetición
No obstante, también hay que admitirlo: el Neomexicanismo corre el riesgo de convertirse en estilo vacío. La apropiación de símbolos populares y religiosos puede terminar reducida a fórmula decorativa de galerías y museos, como un souvenir Handmade que en realidad trae etiqueta de importación.
Cuando la ironía se vuelve rutina, deja de ser crítica para convertirse en fondo de pantalla de mexicanidad. Y aquí surge la pregunta incómoda: ¿cómo mantener viva la chispa subversiva en un contexto donde la cultura popular ya está ampliamente mercantilizada?
¿Puede la ironía seguir siendo rebelde cuando hasta la publicidad la usa para vender refrescos?
Epílogo para el lector inquieto
El Neomexicanismo nos recuerda que la cultura no es un museo de cera, sino un carnaval en perpetua reinvención. En tiempos donde todo amenaza con volverse mercancía —desde la Virgen hasta el meme de moda—, la irreverencia no es un capricho estético, sino un acto de higiene simbólica.
Después de todo, lo mexicano nunca ha sido un dogma, sino una puesta en escena: rococo, surrealista, contradictoria, a veces solemne y casi siempre divertida. Tal vez ahí radique nuestra verdadera modernidad: en aceptar que la patria, más que un altar, es un escenario, y que el humor —ese viejo cómplice del sobreviviente— seguirá siendo la mejor crítica cultural.
Y si de todo este simulacro nacional solo nos queda un reducto al cual aferrarnos, hagámoslo con estilo: por lo menos ya con ese 1% de dignidad que nos queda.
*Catedrática e Investigadora de Patrimonio Cultura